lunes, 17 de agosto de 2015

"FESTINA LENTE" -apresúrate despacio-. Augusto (Emperador).

Me gusta disfrutar del pueblo, levantarme con calma y sentir mi ritmo y el de la naturaleza que me rodea. Desayunar tranquilamente y mirar en el horizonte la salida del sol. Cuidar a mis seres queridos, charlar y compartir. Luego, con calma, trabajar en internet, pero sin prisas, disfrutando de la belleza online y del compartir en la red. El tiempo es mío, y voy más allá del éxito que no me llena. Dejo de lado la urgencia y el estrés, que no me nutren. Elijo vivir en vez de sobrevivir. Vivo con presencia en el momento presente, sin querer huir a ese futuro rápido que aun no ha llegado. Quiero Ser, más allá de tener y acumular para el mañana. Quiero Vivir siendo consciente de que también podría hacerlo con un ritmo más rápido... Pero no, no lo deseo... Prefiero el consejo de Augusto.

El tiempo, ese hilo aparentemente infinito, es un concepto que ya nos ha preocupado desde la antigüedad. Los egipcios dieron 24 horas al día y 365 días al año; los babilonios 12 meses al año y 30 días al mes; los romanos 7 días a la semana. El hombre enmarcó el tiempo en un calendario, que marca todos los acontecimientos de nuestra vida. No sería hasta la modernidad, en el siglo XVII, con la revolución industrial cuando el tiempo empieza a asociarse al valor productivo y a convertirse en un valor económico.

Se pasó de un siglo XX que exaltaba lo rápido, lo grande, lo lejano, a un siglo XXI de lo pequeño, de la nanotecnología. La distracción de los medios de comunicación que difunden una imagen del éxito rápido y fácil a todo aquel que se atreva invocarlo, pero que realmente para llegar a estos modelos de vida y de consumo existen muchas complicaciones y muy poca gente puede llegar; nos impide ser conscientes de las cosas que hacemos y nos deja poco tiempo para lo fundamental.

Nuestra sociedad está pensada para la productividad pero poco pensada para la vida familiar, la vida de las relaciones, o la "propia Vida"; quedando para ellas sólo tiempos residuales. Nuestras vidas quedan pues, atrapadas en la brecha de la infelicidad. La organización del trabajo y sus tiempos forman un obstáculo, pues nuestra sociedad sólo piensa en la productividad, en que rindamos mucho. Así dedicamos el tiempo de mejor calidad al trabajo productivo, subsidiando el tiempo dedicado a nuestra vida personal, que parece requerir menos esfuerzo.

El futuro del tiempo está sujeto por tanto a un giro radical de las voluntades colectivas hacia una convivencia más cercana y solidaria con el Hombre y con nuestro Planeta.

Un informe sobre felicidad en el mundo, por la New Economic Foundation, nos muestra que entre los 10 primeros países no se encuentra ningún europeo. La cultura del tener, a veces a la fuerza y otras por la consciencia de que tener más cosas no nos hace felices, va perdiendo adeptos.

Oculto en la infelicidad, está el concepto del tiempo. No nos hemos dado cuenta de su importancia. Tenemos que pasar del vivir al viviendo. Tenemos que apropiarnos de nuestro tiempo para romper con los modelos de mercadolatría, de tecnolatría, de consumolatría.

Cuando nos planteamos si podemos vivir mejor con menos, debemos plantearnos la revisión de estos calificativos que construyen nuestras vidas; pues por "arte de magia", el menos se convierte en más, pues nuestras adquisiciones cuestan tiempo de trabajo, tiempo de esfuerzo, tiempo arrebatado a otros aspectos importantes de nuestra vida, tiempos valiosos para nuestra verdadera felicidad.

Debemos vivir como si realmente el tiempo nos importase, como si fuese de verdad, un bien, un valor, una sustancia vital que todos compartimos.

Recordemos a Aristóteles: "No hay tiempo sin movimiento ni cambio... Porque el tiempo es justamente esto: número del movimiento, según el antes y el después".

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