domingo, 25 de marzo de 2018

ALIMENTOS CON SIMBOLISMO RELIGIOSO, EN SEMANA SANTA.


Durante siglos, la Iglesia Católica ha intervenido en los hábitos alimenticios de los pueblos que gobernaba espiritualmente y, en ocasiones, también políticamente. Una voz divina anunció a San Pedro un mensaje: “Todos los animales que pueblan la tierra, así corran, vuelen o naden, están a disposición del hombre y le servirán de comida”. Los antecesores cristianos se regían por las costumbres judías, donde las restricciones alimenticias eran frecuentes y se han mantenido a lo largo de más de veinticinco siglos.


Pronto la Iglesia comenzó a utilizar la comida como simbología de su doctrina, ya que la comida ha sido prácticamente hasta nuestros días y aún continua siéndolo en muchos lugares del mundo, lo suficientemente esencial como para que a su alrededor esté todo lo demás.

Muchos de los alimentos que consumimos en Cuaresma tienen su significado en la tradición religiosa cristiana.

EL PAN Y EL VINO: CUERPO Y SANGRE DE CRISTO.

El pan ha sido un alimento básico desde el comienzo de los tiempos. Siempre ha jugado un papel preponderante en todas las culturas y civilizaciones como símbolo de la fecundidad de la tierra.

El pan eucarístico hace referencia al pan compartido en la última cena. Tanto el pan como el vino, son los elementos naturales que Jesús toma para que no sólo simbolicen, sino que se conviertan en su Cuerpo y su Sangre y lo hagan presente en el sacramento de la Eucaristía.

Jesús los asume en el contexto de la cena pascual, donde el pan ázimo de la pascua judía que celebraban con sus apóstoles hacía referencia a esa noche en Egipto en que no había tiempo para que la levadura hiciera su proceso en la masa (Ex 12,8).

El vino es la nueva sangre del Cordero sin defectos que, puesta en la puerta de las casas, había evitado a los israelitas que sus hijos murieran al paso de Dios (Ex 12,5-7). Cristo, el Cordero de Dios (Jn 1,29), al que tanto se refiere el Apocalipsis, nos salva definitivamente de la muerte por su sangre derramada en la cruz.

Los símbolos del pan y el vino son propios del Jueves Santo en el que, durante la Misa vespertina de la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía, de la que encontramos alusiones y alegorías a lo largo de toda la Escritura Sagrada.

LA CARNE Y EL PESCADO.

La carne simbolizó durante siglos para la Iglesia Católica un peligro: San Pablo desaconsejaba la carne por su poder de despertar la lujuria, gran enemiga del Cristianismo”. Esto obviamente es simbólico, si el hombre como especie se entregaba al placer del cuerpo, olvidaba el del espíritu. La carne simbolizaba el hombre: la fuerza, la sangre viva, el calor; y el pescado a la mujer: el frío, la humedad, y de alguna forma, también la oscuridad. Por esta razón aún persiste la frase: “no se sabe si es carne o pescado”, en alusión a si será hombre o mujer.

En las tumbas cristianas de las catacumbas encontramos el valor simbólico del pez.  Este símbolo era utilizado entre los cristianos de la iglesia primitiva (Siglo I y II D.C.) para reconocerse entre ellos durante las persecuciones.

El pescado, que es el alimento por excelencia de la cuaresma, tendrá pues, una especial simbología, como vemos, entre los primeros cristianos; fue utilizado y aún puede verse en muchas iglesias el pez como un símbolo de la iglesia primitiva. Tiene su origen en el acróstico de la palabra pez, que en griego es IKTUS y que coincide con las iniciales de las cinco palabras griegas con las que se designa a Jesucristo: Iesus (Jesús), Kristus (Cristo), Teou (de Dios), Uiós (hijo) y Soter (Salvador).

Como costumbre gastronómica ha llegado una prohibición católica, la de mezclar la carne y el pescado en la misma comida, tal y como prohibió el Papa Benedicto XIV en el siglo XVIII y de donde procede la palabra “promíscuo”, que originalmente designaba la mezcla de carne y pescado. Aún hoy es frecuente tomar un sólo grupo de alimentos en cada comida: no mezclar carnes o pescados en el mismo menú; las propias cartas los separan y la raíz viene de aquí.

HUEVOS

La gran recompensa “gastronómica” tras la penuria cuaresmal es la merienda de Pascua y la reina de las meriendas es una mona de Pascua de enorme carga simbólica.

En su día, también existía abstinencia y prohición de comer huevos por razones obvias: del despilfarro que supone liquidar de un bocado algo que puede llegar a ser un pollo hasta la falta de respeto a la vida que conlleva. Acaba con ese tabú la domesticación de la gallina, que en nuestro entorno no se produce antes del siglo VII u VIII antes de Cristo, en la antigua Grecia, y que está sin duda pensada para producir huevos más que carne. Por eso cuando llegaba el domingo de Pascua se celebraba obsequiando con ellos a los seres queridos. El huevo simboliza el renacimiento en muchas culturas. El ave Fénix, resurgía de sus cenizas a partir de su huevo original. En primavera se regalaban para celebrar la fertilidad.

Como ya hicieron los cristianos con tantas otras costumbres de origen pagano, adoptaron la costumbre de ofrecer huevos pintados y decorados. Se pintaban para distinguirlos de los huevos frescos ya que las gallinas no dejaban de ponerlos por ser Cuaresma. Se conservaban cocidos y preservados con una capa de cera, para regalarlos el Domingo de Pascua.


Es en Cataluña, donde, en época reciente, comenzaron a hacer huevos de chocolate. Luego, sus monas de Pascua han abandonado incluso la forma oval para convertirse en figuras de chocolate que representan desde unas botas de fútbol hasta las torres de la Sagrada Familia. En la Comunidad Valenciana, donde llegó la costumbre más tarde, se conserva el huevo duro primigenio, pintado o no, incrustado en una masa dulce de harina leudada.

Pues bien,… ahora que ya sabemos algo más de la de los símbolos y la gastronomía de Semana Santa, sólo nos queda disfrutar de ella.

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