martes, 21 de junio de 2016

LAS REGUERAS DE LA ACEBEDA Y EL USO COMUNAL DEL AGUA.

Una vez más son los testimonios de los vecinos de La Acebeda y la documentación de los archivos de su Ayuntamiento, los que nos facilitan el conocimiento de los usos y costumbres de este municipio, enclavado en la Sierra Norte de Madrid, a tan sólo 80 km. de la capital.

Al igual que en otros municipios serranos, La Acebeda, ya desde el siglo XVII, contará con Ordenanzas propias que regulaban las actividades económicas propias del municipio y que se referían al abastecimiento y suministro de mercancías, de esta fecha datan las Ordenanzas de Reguera, que establecen el sistema de riego de las tierras de labranza así como el trabajo de mantenimiento de las mismas.

El municipio, que antaño tuvo sus campos sembrados de cereales (centeno, lino y otras semillas,…), no contaba con una regulación del uso del agua, por lo que los conflictos vecinales eran entonces frecuentes, haciendo que la productividad de la tierra se viera mermada, por los perjuicios que esta falta de regulación sobre el riego producía, no sólo a los vecinos de La Acebeda sino también a los de otras poblaciones cercanas que dependía en todo caso del agua que discurría por las regueras de esta localidad.

A consecuencia de esta situación y tras incluso mediación Real, se llega a una regulación en el siglo XVII. De esta forma, los vecinos comenzarán a “realizar los trabajos de desbroce de las regueras de forma periódica y ordenada coincidiendo con la entrada de la primavera”.

Esta obligación de la Ordenanza, aún se mantiene en forma de tradición, aunque en la actualidad, desgraciadamente, ya son pocos los campos que se dedican al cultivo, pues también son pocos los pobladores del municipio.

En la práctica, el trabajo implica la limpieza de las regueras, veneros y regatos, que las alimentan, y los brazos de la reguera que dan servicio a prados, huertas y linares. Serán los propios vecinos los que organicen el trabajo a fin de llevar a cabo todas las labores que el mismo implica, decidiendo los lugares de actuación así como la optimización de los recursos humanos (los más mayores y los niños se encargarán de las zonas más cercanas a la población; quedando las alejadas a cargo de los mozos).

El fin de la jornada acabará, con una también tradicional caldereta de cordero, regada con una fresquita limonada que hará recobrar las fuerzas y compartir el ya jovial encuentro de vecinos y vecinas. 

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